Francisco Mata Rosas
Más que un ensayo, deseo exponer en este texto, algunas de mis preguntas de investigación, o dicho más claro, mis dudas existenciales sobre la imagen fotográfica, quiero aprovechar para hablar de algunas hipótesis o ideas que rondan por mi cabeza. Me gustaría, sobre todo, que estas palabras motivarán la discusión, el intercambio de ideas y puntos de vista.
Considero que nunca como ahora fue tan difícil definir a la imagen y hablar de ella sin hablar de autores o de obra específica, por lo que les pido compasión si mi texto resulta aparentemente desordenado, caótico o con puntos por desarrollar, creo que esto no es sólo la clásica coartada del investigador que siempre dice dejar cabos sueltos para futuras investigaciones, sino que es un estado de las cosas de los estudios sobre la imagen.
La fotografía desde su presentación en la Academia de Ciencias de París –recordemos que no fue ante la Academia de Artes– ha sido un eficaz vehículo técnico de intermediación entre nosotros y el mundo, como un metalenguaje no sólo fue capaz de procesar y re significar otras formas visuales, sino también distintos momentos históricos de la representación, sistemas de valores, creencias populares y hasta postulados científicos de punta. Basta mencionar, en un extendido arco, la fotografía de fantasmas y espíritus, o los principios del foto montaje digital de los 80, que apelaban a las teorías de múltiples realidades paralelas de la física cuántica; en el terreno de las visualidades ha asimilado desde la pintura hasta el cómic, los videojuegos, el cine y las imágenes no visuales.
Desde sus inicios la fotografía también ha sido una puesta en escena, una actuación, un simulacro o una mentira si se quiere, la imagen técnica de la que nos habla Flusser, nos obliga a pensar en los contextos tecnológicos de creación de la imagen y su impacto en la construcción y representación de nuestro entorno, aparentemente cada uno de estos momentos cambia no sólo la manera de producir, sino también de consumir las imágenes, pero yo me pregunto ¿realmente ha cambiado tanto? Para sustentar esta duda les presento estas dos imágenes que recorren prácticamente toda la historia de la fotografía: el “Ahogado de Bayard” en 1840 y el Papa rapero de 2023. En ambas imágenes vemos la construcción de un personaje en distintos momentos tecnológicos, pero con una serie de notables coincidencias en cuanto a composición y aproximación fotográfica.
A través de la fotografía aprendimos a ver de una forma determinada, a construir nuestra memoria, a moldear nuestro ojo y por lo tanto nuestro pensamiento. En función de las miradas hegemónicas que se encargaron de mostrarnos todo y de decirnos qué imágenes valía la pena ver y recordar, se construyó nuestra memoria colectiva. Por medio de ella imaginamos también futuros y posibilidades de otros mundos o realidades, testimoniamos nuestro presente, cuestionándolo. La fotografía es un claro ejemplo de este carácter humano de pensar en el pasado, viviendo el presente y anhelando el futuro. Incluso hoy en las plataformas de imagen en la red o en los discos duros de nuestras computadoras, las fotografías reposan pasivamente esperando a ser convocadas, este mausoleo de imágenes siempre estará en clave de pasado, siempre evocará a ese otro repositorio que es nuestra memoria; recordamos en imágenes, son nuestras, nos pertenecen y eventualmente recurrimos a su materialización o revelación para comprobar o desmentir a las imágenes interiores. Esta permanente fricción entre la imagen vuelta material o visible a través de un objeto, ya sea papel o pantalla, es alimentado por nuestro deseo de recordar o evocar, incluso podría hablar, en un absoluto y libre juego de palabras, que construimos imágenes para recordar el futuro, siempre se ha hecho, pero en la actualidad la inteligencia artificial permite prácticamente a cualquier persona desarrollar estas ideas.
La imagen fotográfica nos convoca, nos interpela, nos cuestiona, pero también nos representa.
En cuanto consumimos una fotografía tenemos dos posibilidades: o nos marca y por lo tanto la hacemos nuestra, o la desechamos, tenemos esa capacidad; hoy escuchamos de la sobre saturación de imágenes y de cómo nadamos en un mundo de basura visual, pero de lo que hablamos poco es de esa capacidad que tenemos de olvidar, de desechar, de defendernos de las imágenes y volvernos refractarios a éstas. Las imágenes habitan en nosotros y en ese sentido son inmateriales, pero para ser sociales requieren de una materialidad, aunque sea numérica/digital. Esta condición rompe por completo el sentido aurático, diría Benjamín, de la exclusividad de la imagen como un objeto preciado y valorado, sin considerar la individualidad y el contexto de la lectura, la hegemonía cultural nos ha dicho qué es lo que vale la pena preservar, ver, pero, sobre todo, qué es lo que vale la pena recordar.
Pero qué tal que estos fundamentos de la cultura visual moderna han cambiado por completo, qué tal que nuestra relación con la imagen es otra, qué tal que la supremacía del texto ha sido superada por la masificación de la imagen, que no es necesariamente una supremacía. Hablar de la imagen hoy, ya lo decíamos, es un tema muy complicado. Todos sabemos qué es la imagen, pero nos resulta muy difícil explicarlo, en una arbitraria y libre analogía podríamos pensar que es algo similar al amor: sabemos qué es, a veces nos defendemos de él, pero nos cuesta trabajo explicarlo.
Una de las posturas teóricas más interesante ha sido siempre el concepto “interrogar a la imagen”, ahí pueden estar muchas de las respuestas, inclusive a preguntas que aún no nos hemos formulado. También es una actitud que forma parte de nuestro consumo cotidiano, ¿esa imagen me representa? ¿se refiere a mi? ¿la entiendo? ¿estoy de acuerdo? ¿le creo? Nada de esto importa, el interrogar a las imágenes no es una preocupación personal, al hacerlo, estamos cuestionando al mundo y nuestra posición en él.
Pero una sociedad como la actual, en un permanente estado de ansiedad, en gran medida producido por los medios y sus diferentes pantallas, por un lado estamos dudando de todo, lo falso permea a la política, a la educación y hasta la moral, y en este sentido la cultura visual digital contemporánea tiene un público que aparentemente ya no pide a la imagen que sea
fidedigna, descree de la imagen como referente de realidad y constituye una práctica colectiva, pero más adelante plantearé otra duda o hipótesis que contradice, también aparentemente, esta idea.
Para algunos autores este es el momento de la Postverdad, yo pienso que en realidad estamos en el momento de la Postmentira, nuestro contacto permanente con las fake news, los simulacros, las puestas en escena –y no estoy hablando desde luego sólo de la fotografía, sino sobre todo de la política, la moral y hasta de nuestras relaciones–, nos coloca en una situación muy compleja, donde la mentira ya no es una categoría negativa o un calificativo “descalificador”, sino que al parecer es parte de nuestro entorno social, cultural y por lo tanto artístico, político, mediático y cotidiano. Nos movemos cómodamente entre las mentiras, les creemos y nos creemos; a nadie nos sorprende por ejemplo una imagen trucada o un discurso político o de campaña plagado de lugares comunes, falsas promesas y exageraciones, a pesar de estar conscientes de lo tendencioso o de la “eficaz malicia” que contienen, los tomamos como propios, insisto, aún conscientes de su falsedad.
Todos los días compartimos y consumimos imágenes contradictorias que por un lado testimonian nuestra vida, nuestro contexto, nuestra forma de ser y actuar y a las cuales les creemos, y por otro, muchas de estas imágenes son auto construcciones o auto simulacros, nos muestran en su difusión y creación misma, que los paradigmas de la fotografía como documento operan de manera distinta generando nuevas preguntas. Documentamos nuestro día a día, compartimos estados de ánimo y ubicación, pero la mayoría de las veces actuando para la cámara, generamos documentos personales que son un simulacro, una puesta en escena, la visualización de un ideal, la falsa utopía vuelta realidad, que en una superficial lectura nos haría pensar en un mundo donde todo está bien, somos felices, somos queridos y podemos compartirlo fácilmente.
Aquí incluyo no sólo a los filtros, modificaciones o inteligencia artificial, sino aún a la fotografía directa, tomada y compartida prácticamente en un mismo acto, por cierto, el famoso acto fotográfico de Phillip Dubois, ahora se extiende a la circulación de la imagen e incluso al consumo de ésta, recibimos prácticamente “en vivo” estas fotografías. En otra vieja definición, el momento decisivo tal vez se traslada a uno extra, el de la circulación. Y si exageramos, vivir para ser fotografiado constituye uno de los principales y extendidos usos de la fotografía hoy en día. Recordemos como Phillip Dubois y otros autores nos planteaban como parte del acto fotográfico la ergonomía y nuestra relación con el dispositivo, simplemente pensemos en eso hoy.
La permanente sombra de la duda de “será cierto”, “real”, “objetivo”, “construido” o “inventado” permea a otro tipo de imágenes que también consumimos todos los días, “el problema de la verdad” debería profundizarse en esta época donde la duda lo invade todo, donde la misma posibilidad de futuro es incierta o por lo menos difusa.
La fotografía desde luego forma parte de esto, todos los días consumimos imágenes resignificadas, apropiadas y recirculadas, cambiando en cada uno de estos momentos el sentido y la intención original y por lo tanto su lectura inicial, basta pensar en los memes, este eficaz modo de comunicación visual que concentra intenciones educativas, de información y entretenimiento a veces en la misma pieza, para muchos sectores, principalmente jóvenes, constituyen su única o principal fuente de información, los memes son al mismo tiempo una caricatura, una editorial, un chiste, un sofisticado proceso de apropiación y resignificación de la imagen, una eficaz manera de compartir información, al aprovechar el entorno actual de consumo visual, como parte fundamental de nuestro consumo cultural cotidiano.
Insisto, todos hablamos de la imagen, pero es muy difícil definir qué entendemos hoy por esto, nuestra relación con ella cambió por completo, nos es indispensable, vivimos en ella, su complejidad requiere de sofisticados abordajes y andamiajes teóricos para acercarnos, la imagen ya no es sólo una forma de representación del mundo, real o imaginario, es en muchos sentidos el mundo mismo, algo que nos atraviesa como individuos y sociedad en los ejes X, Y y Z, es la principal manera que tenemos de comunicarnos. Si bien no es posible entender el mundo actual sin las imágenes, en todas sus formas y variantes, como parte de nuestra vida cotidiana, nunca antes había habido tantos creadores y tanto consumo de éstas, pero tampoco habíamos desechado tantas; es interesante preguntarnos qué procesos de percepción o cognitivos operan en el compulsivo y cotidiano consumo de imágenes, donde de manera instantánea desechamos la mayoría, para detenernos sólo en alguna y prácticamente no conservar ninguna en nuestra memoria. Aparentemente antes consumíamos menos, pero recordábamos o guardábamos más, hoy consumimos más, pero también desechamos y olvidamos una mayor cantidad. Homus fotograficus diría Fontcuberta para acercarnos a nuestra materia.
Hasta hace poco se hablaba en el ámbito teórico y filosófico de la crisis de la representación, debido a lo que mencioné en el párrafo anterior, considero que más bien estamos en un momento de sobre representación, en un momento donde la imagen –lo que sea que esto signifique– es por momentos más real que la realidad; hablaba también de que cuando nos tomamos una fotografía para las redes sociales, buscamos abrazar a nuestro interlocutor para mostrar cercanía o amistad, cuando tal vez no la tenemos, este simulacro, esta puesta en escena, esta mentira, en el momento del consumo es más real en la lectura, que en la realidad, donde tal vez no existe esa “cercanía” que transmite la fotografía, pero esto es un código socialmente aceptado, con esta práctica contribuimos a la construcción de esta farsa que deviene en realidad, que como decía anteriormente, no es algo necesariamente negativo en este momento, ya que conscientes del artilugio emocional o del lenguaje corporal, le creemos, porque si no, no funcionaría, es necesario que formemos parte del proceso.
En este mundo de la imagen mentirosa ¿qué debemos entender por ejemplo, de la fotografía documental?, ver al Papa Francisco vestido de rapero o a el ex presidente Donald Trump siendo arrestado en Nueva York, no nos hace pensar sólo en una construcción, en un meme o en una caricatura, sino que pensamos también –en particular con la serie de Trump “arrestado”– en una forma de editorializar, de opinar, de tomar partido, en una manera de hacer política utilizando la ilusión visual del realismo fotográfico, aún sabiendo que es producto de herramientas digitales basadas en el uso de algoritmos. Todos escuchamos frases como “eso nunca pasará” o la más común “ojalá sea así”, también pudimos leer a personas que preguntaban ¿en serio sucedió?, ¿cuándo fue?, o que sea alegraban de que hubiera sucedido, otra vez el cónclave social opinando y tomando postura política o ideológica ante una evidente fake image, ante una ostentosa pero muy bien construida mentira, mentira no basada en hechos reales sino en la sola posibilidad de estos. Desde luego en una definición clásica no es una fotografía documental, pero sí es una imagen/documento que nos habla de unos personajes, de un contexto, de un momento, de política, de sociedad etc., por lo que me atrevo a proponer que sí, estas imágenes pueden tener una lectura documental.
Recordemos, lo he planteado en otro momento, la fotografía documental como género definido no existe más, desde mi punto de vista existen fotografías con intención documental, con lectura documental, creadas, leídas o circuladas en un contexto documental, pero que en la fotografía actual este género se cruza, se mezcla o hibrida con otras formas de expresión, con otros recursos plásticos y hasta con otros lenguajes, pensemos en el extraordinario trabajo de Yael Martínez quien en su serie “Luciérnaga. Montaña estrella. Flor del tiempo”, interviene las fotografías reforzando el sentido de denuncia en sus imágenes y con una evidente posibilidad de lectura documental.
Al mismo tiempo, en una aparente contradicción, planteo el regreso de la credibilidad a la fotografía como información y documento.
Podemos pensar también en los procesos de auto documentación que han propiciado las redes sociales, si bien cuando hablábamos de Postfotografía, hace varios lustros, reconocíamos que la cartografía visual del mundo ya estaba realizada, con esta sobrerrepresentación de la que hablo, la autodocumentación juega un papel fundamental, ya no es necesaria la mirada ajena que interpreta o traduce “la realidad” de una comunidad, desde luego sigue siendo necesaria –aunque parezca una contradicción– esa mirada que interpreta, traduce y opina; pero regresando al tema de la autodocumentación, prácticamente no existe ninguna comunidad que no se auto retrate, que no se auto represente, que no construya también versiones parciales y distorsionadas (lo cual no es negativo) de su entorno y sus condiciones, esta nueva versión de fotografía horizontal, el sueño de muchos antropólogos del último tercio del siglo pasado, dotar de herramientas para la producción visual a las propias comunidades, sin la mediación de agentes externos, es ya una realidad, pero al mismo tiempo es una construcción, una puesta en escena y un simulacro, como decíamos actuamos para la cámara (el teléfono inteligente) , gran parte de nuestras prácticas individuales o comunitarias son para ser registradas, lo importante ya no es crear un testimonio en imágenes de algo que sucede, al parecer en la actualidad lo importante es crear un acontecimiento para ser fotografiado o grabado en video.
De manera paradójica la práctica contemporánea de fotografiarlo todo, por todos, le ha devuelto a la fotografía parte de su credibilidad, estábamos convencidos de que con la fotografía digital se había perdido toda veracidad, debido a la mediación entre el acto fotográfico y el consumo de las imágenes a través de una computadora, que con el software adecuado nos permitía modificar, aumentar o eliminar elementos que nos llevaron a la fácil conclusión de que la fotografía ahora sí, de manera evidente, era una manipulación, una construcción y por lo tanto una NO realidad.
Pero en la actualidad –y esto es una percepción mía– al fotografiar con teléfonos inteligentes aparentemente sin mediación de una computadora o un software, disparamos y compartimos, esto nos da la sensación, otra vez, de la fotografía como testimonio, como veracidad, como prueba de la realidad, pero sobre todo como prueba de que fuimos testigos, de que formamos parte de la historia y de que eso sucedió, en resumen, vemos, disparamos y publicamos, regresando a la concepción de la fotografía como reflejo de la realidad. En su libro Antropología ahí, gracias a que uno o varios ciudadanos capturaron una fotografía o un video de cierto acontecimiento? es más, la captura de imágenes fijas o en movimiento se han convertido en una especia de escudo protector, si nos encontramos frente a una situación desagradable, injusta o violenta, en la mayoría de los casos lo primero que hacemos es blandir el teléfono para “protegernos”, pero ¿cómo nos protegemos?, evidenciando la situación en imágenes, dando fe de que así ocurrió, compartiendo una sensación de seguridad o una intención de justicia al creer que estas imágenes, su difusión y su consumo, son una prueba de verdad. Otra vez regresamos a la imagen fotográfica fija o en movimiento como una forma de reproducir la realidad, otra vez le otorgamos super poderes, ¿no era esto ya una prueba superada?
Entonces resulta sumamente interesante la convivencia cotidiana de por lo menos estas dos formas de fotografía: la mentira asumida y la verdad construida.
A mi parecer, e insisto, a mi parecer, por no decir una hipótesis mía, estamos en un momento en donde la Postmentira se vuelve verdad, donde las imágenes actúan en el espacio público, donde el espacio privado es sólo un momento más de la ecuación actual: realidad-capturadifusión- consumo-realidad.
Así como hablo de que la etapa de la Postverdad deja su lugar a la era de la Postmentira, también pienso que estamos en el momento de la Post-Post-Fotografía, lo que entendíamos o tratábamos de entender por Postfotografía en cierto sentido ha sido rebasado. Nos encontramos ante un panorama tecnológico que plantea nuevas interrogantes, y algunas de ellas que no hemos podido responder a lo largo de la historia de este medio; una importante sería: ¿Dónde habita la imagen? Esta pregunta adquiere particular relevancia en este momento en que una de las principales controversias se centra en el concepto de la desmaterialización de la fotografía, pero yo me pregunto: ¿las pantallas digitales no son una forma de materializar la imagen? Aquí debemos de recordar esa dicotomía de las imágenes interiores y exteriores, siempre hemos necesitado un soporte tecnológico para plasmar esas imágenes que creamos en nuestro interior, las paredes de las cuevas en Altamira, el lápiz que dibuja sobre un papel, la cámara o la computadora que dan forma visible a nuestro pensamiento, o la inteligencia artificial que vuelve imagen nuestras fantasías, siempre, insisto, hemos necesitado un medio tecnológico para expresar lo que pensamos o simplemente vemos. En cada uno de estos momentos –la fotografía es un gran ejemplo– hemos decretado la muerte del medio. Los que tenemos más de 5 décadas hemos asistido directa o indirectamente, a los funerales de la pintura, del cine, de la radio, del periodismo y varias veces de la fotografía, hoy cruzamos una vez más esas aguas turbulentas de los muertos que sólo andaban de parranda. Hoy presenciamos con la Inteligencia Artificial otra muerte de la fotografía.
Javier Lanes nos plantea que si estamos inmersos en un mar de imágenes entonces no sólo necesitamos aprender a nadar, sino que se vuelve necesario aprender a bucear, y cíclicamente salir a la superficie a tomar aire; no sé exactamente cómo relacionar esto con las ideas planteadas, pero me pareció un buen final.